Hay veces en la vida en las que
nos intentamos proteger. Intentamos levantar un muro que nos salve de todas las
miserias que sentimos cercanas, que nos tape la vista, que nos impida ver con
claridad. Pero de lo que no nos damos cuenta es de que nos equivocamos. Si nos
protegemos en dirección norte, la bala irá directa a nuestro corazón por la
espalda, en dirección sur; si levantamos ese muro en dirección este, seremos
atacados por el oeste, de espaldas, sin darnos cuenta.
Pero, entonces ¿cómo
debemos protegernos? La solución más práctica sería una burbuja gigante.
Meternos en ella y que nada nos permitiera equivocarnos, estaríamos aislados y
no tendríamos que sufrir en ningún momento por traiciones y desengaños personificados
que acaban siendo el nuevo argumento para un libro de Federico Moccia. Ahora
bien, la pregunta es ¿merece la pena no equivocarnos? ¿Cómo sería la vida sin
equivocaciones? Sencillo, sería aburrida, monótona, sin ningún tipo de
sobresalto. Y somos seres humanos, diseñados para sufrir voluntariamente.
Porque claro, si todo va como la seda algo falla, nos aburrimos y a otra cosa
mariposa. Si las peleas son constantes, con sus correspondientes reconciliaciones
claro, y en la relación predomina una de cal y otra de arena, ahí sí, ahí nos
estaremos enamorando, seremos felices pero nos seguiremos quejando.
¿Somos
masoquistas? Quizás sólo estúpidos. Nos han enseñado que lo que fácil llega
fácil se va, que si algo quieres algo te cuesta, que no hay mal que por bien no
venga. Nos han enseñado que el camino fácil no conduce a ningún destino
perfecto, que cuantas más piedras, baches, surcos, precipicios y pistoleros
haya por el camino mucho más feliz acabarás siendo.
¿Merecerá la pena pasar por un calvario para
conseguir aquello que queremos creer? Puede que sí. Puede también que solo nos
estemos engañando a nosotros mismos. Igual lo que deberíamos hacer es dejarnos
de tanto Carrie y Mr Big y empezar siendo nosotros mismos. Empezar a escuchar
Vis a Vis y saber que hay que dejar por escrito que no vas a abandonar, ya
sabes, para asegurarte, para no recibir un tiro, para que no te disparen por la
espalda. Para saber que ni el bueno es tan bueno ni el malo es tan malo. Para
dejar claro que París siempre es una buena opción, que el postureo se lleva
hasta un cierto punto y que perdiendo también se gana. Que donde hay fuego no
siempre quedan cenizas y que si lo bueno breve, dos veces bueno. Que más vale
prevenir que curar y que también hay que aprender a retirarse a tiempo. Ya
sabes, para que no te disparen y no puedas seguir, para que puedas hacer lo que
siempre has querido, para que puedas sentir lo que todavía no has sentido. Para
ser feliz.
Mientras tanto seguiremos sumergidos en amores que rozan el crimen
pasional, en tardes de helado contándoselo a nuestras amigas rezando para que
vuelva, en respuestas que ni dicen si, ni no, ni blanco ni negro. Eso sí,
felices por habernos cruzado en nuestro camino con un experto tirador.
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